"-Los amigos van y vienen- dijo mientras bebía otro trago directo de la botella. No hacía mucho que acabábamos de salir del subterráneo y ahora, sentados en la acera, observábamos el constante transitar de personas que iban y venían del local.
-Ya deben ser las 4- murmuré por lo bajo, mirando de reojo la caja vacía de Gato Negro apoyada en mi costado.
-Los amigos van y vienen- repitió lentamente a la vez que señalaba la esquina junto al semáforo. Allí, conversando con dos desconocidos se encontraba Miguel.- Y la verdad no me importa- suspiró antes de sacar de su bolsillo un encendedor y prender su doceavo cigarro.
-Puede que tengas razón- ya con algo de sueño, y molesta por el constante zumbido en mis oídos, no deseaba animarla a proseguir con aquella perorata. Más bien, quería ponerme de pie y bajar las escaleras hasta refugiarme en aquel salón pasado a sudor y marihuana.
-De verdad, no valen la pena. Un día están, otro no…- su voz se escuchaba cansada y con un deje de pena. “Ésta ya se puso cuática” recuerdo haber pensado mientras miraba nuevamente hacia la esquina, esperando alguna seña o movimiento. - Y es que nada es seguro en esta vida.- Dijo acercando su rostro. Su aliento rancio me llegó de costado. –Un día te quieren, otro te odian…- sonrió, e indicándome la entrada se puso de pie.- ¿y qué importa?- su rostro, enmarcado por la escasa luz de la calle, me recordó un cuadro viejo, desteñido. Media hora después de haberla visto cruzar la calle y perderse en la noche yo seguía sentada en el mismo lugar. El frío nocturno había comenzado a entumecer mis manos. “Los amigos van y vienen” quise decirlo en voz alta, pero las palabras, para variar, murieron en mis labios.
-¿Nos vamos?-”
No hay comentarios:
Publicar un comentario